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domingo, 17 de octubre de 2010

ODE ON SOLITUDE

Feliz el hombre cuyos deseos y cuidados
al predio paterno están ligados,
contento de respirar su aire natal
en su propio lugar,
cuyos rebaños le dan leche y vestido;
sus campos, pan;
sus árboles, sombra en verano,
en invierno fuego.
Bendito aquél que sin desvelo,
las horas, los días y los años ve deslizarse
con salud, serenidad, sosiego
durante el día, sueño profundo de noche,
el afán y la tranquilidad fundidos,
la dulce holganza y la inocencia,
que más gratos son
con la meditación.
Dejadme así vivir inadvertido, desconocido,
dejadme así morir sin lamentos,
y del mundo huir, sin que ninguna lápida
diga dónde descansan mis restos
Alexander Pope



domingo, 21 de febrero de 2010

como un niño

Hubo un tiempo en que Jennie lo tenía todo. Un almohadón redondo para dormir en el piso de arriba, y uno cuadrado en el piso de abajo. Tenía su peine y cepillo particulares, frascos con dos clases de píldoras, gotas para los ojos, gotas para los oídos, un termómetro, y para el tiempo frío un jersey rojo de lana. Podía mirar por dos ventanas y comer en dos cuencos distintos. Hasta tenía un amo que la quería. Pero a Jennie le daba igual.


En mitad de la noche metió todo en una bolsa de cuero negro con hebilla de oro y se asomó por última vez a su ventana preferida. Lo tienes todo -le dijo la planta del tiesto, que estaba mirando por la misma ventana. Jennie mordisqueó una hoja. Tienes dos ventanas -dijo la planta-. Yo sólo tengo una. Jennie suspiró y se comió otra hoja. La planta continuó: -Dos almohadones, dos cuencos, un jersey rojo de lana, gotas para los ojos, gotas para los oídos, dos clases de píldoras, un termómetro, y encima él te quiere. Eso es cierto -dijo Jennie, mordiendo más hojas. Lo tienes todo -repitió la planta. Jennie se limitó a decir que sí con la cabeza, porque tenía la boca llena de hojas. Entonces ¿por qué te vas? Porque-dijo Jennie, comiéndose el tallo y la flor-, estoy insatisfecha. Quiero algo que no tengo. ¡La vida tiene que ofrecer algo más que el tenerlo todo!. La planta no tenía nada que decir. No le quedaba nada con qué decirlo.


Dídola, Pídola, Pon. -Maurice Sendak-